Bonaparte Gautreaux Piñeyro, el autor |
Por Bonaparte Gautreaux Piñeyro
Nunca he creído que cualquier tiempo
pasado fue mejor, el tiempo bueno es éste, el que vivimos, el de hoy. Lo que
hemos hecho, hecho está y no lo podemos modificar, de ahí que el tiempo bueno
sea éste, el mejor tiempo, porque estamos en el escalón conquistado por
nuestros esfuerzos y luchas por construir un mundo mejor
No creo en quejas lastimeras de gente que
vive en el tiempo de “si mi abuelo no hubiera muerto estaría vivo”. Las hojas
secas que ruedan por el suelo, empujadas por el viento, jamás engalanarán la
copa de los árboles.
Lo llevo dicho y no me cansa repetirlo,
desde siempre me he nutrido con la sabiduría contenida en los periódicos
escritos y he tenido mucho respeto y cuidado con las informaciones que se
publican.
La lectura de la prensa en las primeras
horas del día permitía a los lee periódicos estar informados sobre el acontecer
nacional y mundial.
Lo más importante de la lectura de los
periódicos era, (obsérvese bien, era) que las informaciones publicadas en la
prensa eran sometidas a una cuidadosa vigilancia en lo referente a estilo y
gramática, veracidad histórica y corrección y cuidado al citar nombres y
posiciones de las personas.
Entonces, en el pasado, la gente aceptaba
como cierto el contenido de las noticias lo que convertía al periódico en una
invaluable fuente informativa que contribuía a la formación cultural de las
personas.
La expresión “es cierto, salió publicado
en el periódico” era una demostración de cuánta credibilidad y respeto tenía el público por la
prensa escrita.
El periódico, era una biblioteca
condensada donde se encontraba todo tipo de información, incluyendo las
exageraciones y mentiras de publicidad engañosa que nunca falta, hasta los
avisos judiciales y la gran cantidad de datos contenidos en los avisos
clasificados. Toda esa
información nutría a profesionales y estudiantes, a maestros y alumnos, a las
amas de casa, a los policías y militares a jueces y reos.
Veteranos correctores de estilo y de
pruebas revisaban todas las informaciones antes de que fueran a manos de los
jefes de redacción para su autorización final.
Esos correctores, esos revisores, son
cosa del pasado, cuántos gazapos y desaguisados atajaron en su ímproba labor de
enderezadores de entuertos.
La conspiración para silenciar las
glorias de la Guerra de Abril de 1965 ha llegado tan lejos, que esta semana leí
en un diario de circulación nacional, que los coroneles Rafael Tomás Fernández
Domínguez y Francisco Alberto Caamaño Deñó encabezaron la lucha armada en los
combates por el restablecimiento de la Constitución de 1963.
El periodista que escribió la nota no
sabe cuánto daño hizo a los jóvenes que confían en la veracidad de lo publicado
en los diarios.
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