Por Ivelisse Prats Ramírez
La palabra “paréntesis”
tiene varias acepciones, algunas emparentadas dentro de la gramática y una
expresamente matemática.
Parece paradójico, dada
mi larga carrera como profesora de Lengua Española; pero al escribir este En
Plural y elegir el título, asumo, no la versión gramatical, sino la algebraica
del vocablo paréntesis, que lo define afirmando que indica “que una operación
se efectúa sobre toda la expresión”.
Hago este sábado un
paréntesis optimista, alegre, esperanzador en medio de mis cuitas partidarias y
de mis enojos ciudadanos, convencida de que la estampa que describo, bullente
de juventud, de búsqueda y de entusiasmo, se inserta justamente en la visión
holística de mi apuesta por un país y un mundo mejor, que une indisolublemente
la educación, los saberes y el cambio social.
El sábado 22 disfruté de
este paréntesis que les cuento, evaluando, enjuiciando, también soñando, y creo
sinceramente que no fue, despropósito ni desperdicio de tiempo, sino aporte-semilla
para construir nuevas realidades.
El escenario: el salón
principal del Instituto de Formación Política Dr. José Francisco Peña Gómez;
actores: 71 jóvenes sentados ante una pantalla grande que destella gráficas y
palabras desde un proyector, y una señora bajita que subraya y explica, con voz
muy ronca y gestualidad sin mesura, los textos que se van presentando.
Después de la apertura
formal, se estaba en plena clase del primer módulo del Diplomado en Gerencia
Política y Gestión de Gobierno que se ofrece periódicamente como “buque
insignia” de los cursos y demás actividades de la institución.
Ya había introducido el
diplomado, con su sereno talante y su donosura docente la profesora Luisa
Sánchez Pimentel, encargada del área académico en el Distrito Nacional; un
ancla que sostiene firmes la organización y la sistematización de los cursos,
en medio de las tormentas políticas y sociales que conspiran contra todo
proyecto educativo renovador.
El joven licenciado Max
Montilla quien culmina estudios de maestría en Ciencias Políticas, entra y sale
en silencio del salón, con eficiente atención para resolver cuanto haga falta.
Y en la pared, creciendo, desbordando el marco del cuadro, el retrato de Peña
Gómez, presidiendo, retador de conjuros benéficos, la clase.
La señora ronca y
gesticulante soy yo, maltratadas mis cuerdas vocales por más de medio siglo en
la tribuna y la cátedra. Los jóvenes silenciosos y atentos al principio, luego
alborotados poniendo a revolotear preguntas y opiniones, componen la cohorte de
inscritos de este primer Diplomado correspondiente al año 2014 en este
instituto.
El tema que tratábamos
en el encuentro del sábado era el plato fuerte del menú del programa, eje
transversal que cruza y perfora los otros siete módulos: las ideologías, su
importancia, su pertinencia y su vigencia, y dentro de ellas, como la empuñada
flor colorada que la simboliza el Socialismo Democrático. Al asumirlo, nos
sitúa, beligerantes, convencidos, en combate contra el neoliberalismo.
Empecé a hablar despacio,
citando a Séneca “no hay viento favorable para quien no sabe adónde va”. Como
sé adónde voy, también de dónde vengo y donde estoy, me fui animando, forzando
la voz, “montándome” como si al mencionarlos Borja, Bobbio, Billy Brandt, Peña
Gómez, hablaran por mi boca, saliendo de mi corazón y mi cerebro.
Al compás de mi emoción
y mi convencimiento, se estremecían también, sacudiendo quizás telarañas de
mitos y mentiras, los muchachos y muchachas que penetraban junto a mí en un
círculo virtuoso de revelaciones y verdades compartidas.
En los minutos de receso
para un modestísimo refrigerio de galleticas de avena, café y un té frío, se
acercaron a mí algunos de los jóvenes, y vi desde muy cerca sus ojos, entre
sorprendidos y gozosos, como si descubrieran un mundo nuevo.
Al final, el aplauso que
reseño con inmodestia, más que un orgullo mío, una honra para quienes se
conmovieron y entendieron el mensaje que intenté trasmitir esa mañana luminosa
y que reitero en este paréntesis: creer en una doctrina como el Socialismo
Democrático, estudiarla, después abrazarla como un credo de vida, a tope la
solidaridad y la ética, es como un onceavo mandamiento que como los de la Tabla
aquella puede cambiar la vida personal y la colectiva.
Se empieza en una clase;
cada clase en que participamos es un inicio, se continúa en la acción, en la
lucha por los que aún no han podido sentarse en un pupitre. Y en esos
paréntesis de estudio, como el sábado pasado, germina una generación que se une
a la mía, a la nuestra, a la suya, creyendo en la utopía para unir fuerzas en
auspicioso conjunto.
Esa relación procesual,
en ascenso, entre una clase y la lucha, me hace privilegiar la definición
matemática del paréntesis, que expresa la relación biunívoca de una parte con
el todo.
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