Con novedad en el frente.
Por Bonaparte Gautreaux Piñeyro
Erich María Remarque escribió dos novelas
sobre la guerra muy celebradas: la primera termina cuando el protagonista es
muerto en servicio. Al otro día, el parte de guerra decía: “sin novedad en el frente”,
título de la primera novela. La segunda se titula “Tiempo de vivir, tiempo de
morir”.
La peor parte de una guerra, desde el
punto de vista humano, es que las acciones y los hechos hacen mella en nuestro
corazón, nos endurecen. Llega un momento, como en el claroscuro del atardecer,
en que la vida pierde una buena parte de su valor. No se sabe en qué momento,
en qué lugar, a qué hora una bala puede atravesarnos la cabeza y congelar
nuestra palabra en el momento en que decíamos: te a y el balazo no nos permitió
decir “te amo”.
Es como si los horrores de toda guerra se
dulcificaran, como si lo importante fuera vivir el momento, como en la segunda
novela de Remarque: Tiempo de vivir, tiempo de morir”. Ese instante que puede
convertirse en eterno, en un recuerdo imborrable o por el contrario puede
apagar la luz del cirio de la vida.
En una guerra se vive para buscar la paz,
se combate en busca de vivir mejor, porque estamos acostumbrados a la vida,
pero nos horrorizamos ante la muerte que es el más insondable misterio a que
nos enfrentamos.
Los horrores de la muerte no se sufren el
primer día, ni lo sufren los soldados enfrentados, ni aún los percibe la
población civil antes de ver cuerpos despedazados, muertos tirados en cualquier
acera o esquina o azotea de un edificio o en el campo donde se producen las
batallas.
Los horrores de la guerra nunca logran
mermar nuestro asombro ante la intolerancia, la estupidez, las ambiciones
desmedidas, la ignorancia que lleva a unos hombres a dirimir sus diferencias
matándose entre ellos.
No permitamos que nos acostumbren a la
violencia y la muerte. Nadie sabe cuántos ciudadanos viven bajo un régimen de
terror difuso, pero presente, que los hace desconfiar de todo y de todos.
“La muerte de cualquiera me afecta porque
me encuentro unido a toda la humanidad, por eso, nunca preguntes por quién
doblan las campanas, doblan por ti” escribió John Donne.
La prensa publicó, en una pequeña nota,
el horror que provocó la muerte de una jovencita que se arrojó de un autobús en
marcha, porque el conductor no detuvo el vehículo cuando ella lo solicitó.
Ese temor difuso se convierte en
realidad, siega la vida de una, dos, tres, personas y nadie actúa. Nadie
protesta. No se levanta el clamor público. Falta que nos unamos para detener la
carrera del terror que nos conduce al abismo.
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