Por Bonaparte Gautreaux Piñeyro
En la escuela de Política, en Costa Rica,
entre sociología e historia política de las instituciones, cantábamos algunas canciones del
continente mientras viajábamos en autobús
hasta San José y viceversa.
Una de ellas decía: y le daba y le daba y
le daba/tanto golpe que la acostumbraba/y le daba y le daba y le dio/tanto
golpe que la acostumbró.
La política de aplastamiento que sufrimos
en el país en ocasiones es tan sutil que no nos damos cuenta de que, como en la
canción continental, nos han dado tantos golpes que parece que estamos
acostumbrados.
Durante la “paz” del trujillaje el pueblo
fue acostumbrado a soportar cualquier cosa, cualquier abuso de las autoridades,
de sus familiares. Fue el mejor tiempo para aquellos que saben que sus razones
no les dan la razón, que sus actuaciones están reñidas con los principios de
justicia, libertad, democracia.
Provoca una indignación sin límites qué
permitamos que los enemigos de la democracia, empleando cantos de sirena y
encantadores de serpientes, logren su meta suprema: controlar las emociones,
sentimientos, impulsos, la capacidad de protesta.
De un tiempo a esta parte aceptamos, sin
protestar contra la autoridad y sus representantes, que no haya agua cuando
abrimos la llave para lavarnos las manos, para bañarnos, para lavar la ropa,
para cocinar, para bajar el inodoro. El comentario es alimentar la esperanza de
que “vuelva” el agua.
Soportamos con una paciencia digna de
mejor causa, el mayúsculo desorden del tránsito en la ciudad, en las carreteras
y donde quiera que se mueva un vehículo de motor. Nos limitamos a mantener las
protestas mordidas entre los labios.
Tanto en el sector público como en el
privado, se estima que el consumidor aceptará cualquier disposición que atente
contra su bolsillo, su salud, su libertad, su derecho a la democracia.
La gravedad de esa actitud es tan
profunda que durante años hemos pagado el gas de cocinar al precio que le da la
gana al dueño de la bomba donde lo compramos, ello así, porque siempre cobran
una suma superior a la cantidad de gas que nos ponen en el tanque.
No he hablado del talón de Aquiles que es
la falta de suministro de calidad y a precios reales, de la electricidad del
sistema público.
Los pesos y medidas con los que nos
venden están alterados…y no pasa nada.
El precio de los combustibles es un
reflejo de cómo hemos permitido que nos colocaran un narigón y nos manejen como
al buey.
Se acerca, si no es que ha llegado, el
tiempo de protestar contra apagones, falta de agua, desórdenes en el tránsito y
contra la inasible dictablanda que maneja el Congreso, los Tribunales
Superiores, el Presupuesto… ¿Por dónde comenzamos?
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