Bonaparte
Gautreaux Piñeyro, el autor
No importa si no sabemos, lo más
importante es que no queremos saber. Y si alguien nos dice cómo fue, sólo lo
aceptamos si coincide con nuestras informaciones, con nuestra visión, con el
cuerpo creado en el pensamiento sobre tal o cual acontecimiento, sobre tal o
cual persona.
La verdad, en veces, tiene cara de
hereje, no es solo la necesidad la que muestra ese rostro. La herejía de la
verdad es la verdad misma, nos resistimos a creer lo que puede cambiar, o
cambia, nuestra idea sobre tal o cual asunto. De pronto nos damos cuenta de que
el edificio que hemos construido, tiene un defecto de construcción tan grave
que pone a temblar la idea que teníamos de tal o cual cosa o de tal o cual
situación.
Es difícil administrar que lo que creímos
durante un tiempo corto, mediano o largo, era de otra manera, que la imagen
interna que nos forjamos no se correspondía con la verdad.
Que cuando nuestra verdad fue contrastada
con otras verdades o con la verdad, nuestra primera reacción fue negar que lo
que nos acabamos de enterar sea cierto. ¿Cómo puede ser si durante tanto tiempo
estuvimos construyendo una imagen, una estatua, un perfil de una u otra
persona, una historia de uno y otro acontecimiento?
La verdad es, en veces, como un poliedro
de nadie sabe cuántas caras, de nadie sabe cuántos colores. La verdad puede ser
tan enmarañada como una gran telaraña o
tan simple como una ronda de niños a quienes se instruye sobre cómo jugar,
cuándo hacer, con quien conviene que lo hagan.
La verdad se abre paso como la luz de la
mañana que ilumina los rincones más oscuros, sube todas las jaldas, conoce
todos los caminos de los cerros.
La verdad que nosotros creíamos conocer,
la que se corre como una cortina que se abre para dejar pasar la luz y la
fresca brisa de la tarde, provoca un choque que desmorona cualquier idea,
pensamiento, creencia, estremece nuestra seguridad y nos obliga a pensar que
quizá lo que tenemos es
nuestra verdad, una verdad y no poseemos la verdad.
Entonces es el momento de la negación, el
instante del no puede ser, que surge como un grito que oscurece lo cierto para
que se entre en el terreno cenagoso y movedizo de lo incierto.
Es ese momento en que la duda asalta al
conocimiento, que uno tiene o cree que posee, es cuando .la inteligencia, la
reciedumbre, la seriedad, la honestidad, la bondad de corazón abren el
entendimiento y permiten dudar.
Dudar siempre, sin llegar a la
intolerancia de negar sin conocer, rechazar sin investigar, abrir la ventana
para que penetre la brisa fresca, como dice el proverbio puertorriqueño.
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