Yvelisse
Prats Ramírez de Pérez
No tenemos igual edad, pero pertenecemos a una misma
generación, de acuerdo a la tesis que clasifica a grupos de individuos que
nacen en un mismo periodo de 15 años. Tirso Mejía Ricart y yo estamos dentro de
uno de esos intervalos, con cinco o seis años de diferencia a favor suyo.
Somos
parte de una generación digna de respetarse, porque sufrió, aprendió lecciones
“con sangre de las venas y del alma”, y tiene los méritos de que muchos de sus
miembros soñaron, lucharon y murieron para que los que hoy nos desdeñan, puedan
usar con exceso la libertad.
Algunos
signos hay, los “cisnes negros” de Tony Rafúl, de que antes de nacer se tejían
lazos entre nosotros. Su papá, don Gustavo, y el mío, fueron grandes amigos,
dos caracteres fuertes, dos intelectuales. En mi casa paterna, los escuchaba
hablar con otros amigos, de historia, sociología, literatura, política. Fui
aprendiendo tantas cosas, entre ellas, el valor de la fiel amistad.
Mi
mamá, cuando era soltera, y la mamá de Tirso, Ernestina Guzmán Boom entonces,
fueron pioneras en la década de 1920 del trabajo femenino en oficinas. La
independencia y la decisión que las llamó a irrumpir en el terreno de lo público, las unió,
siguieron siendo así, y amigas. Ya casadas se graduaron en la Universidad, doña Ernestina biborlada;
opinaron, trabajaron, parieron. Femeninas, feministas.
Cuando
asistí al Colegio Santa Teresita, los hermanos mayores de Tirso, Marcio,
Octavio, ya estudiaban ahí. Tirso, chiquilín, jugaba en el patio colindante de
la casa hermosa ornada con azulejos de los Mejía-Ricart Guzmán.
Cada
uno de nosotros siguió sus caminos: Marcio, brillante y brioso; Octavio,
compañero de pupitre, fue héroe y mártir antitrujillista. Tirso, más joven,
participó en las luchas democráticas, estudió sin cesar, ávido de saberes diversos.
Se
fue, vino, volvió a irse, exiliado, siempre combatiente, también combatido,
tantas veces por envidia.
En
la UASD luminosa del Movimiento Renovador lo encontré de nuevo. Emprendimos
juntos esa gran aventura humana de la educación. Los dos creímos, ¡ay! que el
Alma Mater era el ombligo nutricio del país. En la UASD discutimos, en la UASD
construimos programas, en la UASD demostró Tirso su capacidad de gerencia y su
misión de intelectual orgánico.
Tirso
ha sido, como yo Director de los
programas de Educación, y de la Escuela de Cuadros del PRD. Participó
creativamente en la redacción de documentos importantes: sobre Ideología, los
Principios, la Identidad del Militante, las estrategias de Partido y de
Gobierno. Coincidimos en el entusiasmo, de constituir un sistema de Formación
Doctrinaria que diera soporte a la reflexión y a la acción partidarias.
En
la Cámara de Diputados, Tirso trabajó bien y duro. Aprecié otra vez su fiebre
productiva, la pulcritud de su honradez.
Tirso
Mejía Ricart es un lujo para el país, para la UASD, para el PRD. Escucharlo,
leer sus obras publicadas ¡49 ya! es un
aprendizaje sobre temas disimiles, que el profundiza usando indistintamente su
bisturí de médico, su analítica
capacidad de sicólogo, su reflexión de filósofo, su perspicacia jurídica, su experiencia de político, amalgamando ese
torrente en el acervo de su cultura holística.
A
pesar de su estatura imponente, su genio que se alborota ante los necios y su
inconmovible tozudez principista, Tirso disfruta bromeando, ríe cuando le
llamamos “Hombre-Renacimiento”. En
verdad, Tirso es la buena necesaria negación de esa resequedad del alma que se
abraza a un solo tema y se pone anteojeras para no ver la variopinta realidad.
Tirso
escribe sobre la historia que otros hicieron. En el presente, él hace historia. Fundó el Foro Renovador que
impulsó el 1er Congreso que dejó una
cosecha que aún no se ha recogido. En la crisis que atraviesa nuestro partido,
reclama de viva voz potente, y en sus artículos, que el PRD cumpla sus tareas
atrasadas, abandonando el autismo político.
Una
de mis crisis de asma me impidió compartir el gozo fecundo de Tirso, el martes
5 en la puesta en circulación de su obra: “Grandes Hitos de Nuestra Historia
Republicana”. Convierto el abrazo que no pude darle en estas palabras de afecto
y respeto.
La
“Historia al Revés” que se narra críticamente en el libro, estrena en este país
la metodología recomendada actualmente por la Didáctica de las Ciencias
Sociales para entender mejor el devenir estudiándolo desde lo próximo a lo
remoto.
Es
pues, por su fondo y por su forma, invaluable aporte a la bibliografía
nacional. Es un record de productividad del autor. Es una magnifica, y bien dada
bofetada moral a los que pretenden acabada la generación, que representa con
honor Tirso Mejía Ricart. Mi compañero, mi amigo. El hermano que no tuve.
¡Que
Orgullo!
Yvelisse Prats Ramírez de
Pérez (yvepra@hotmail.com)
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