Bonaparte
Gautreaux Piñeyro, el autor
La
conspiración está en marcha. El país está inmerso en una importante batalla en
la cual todos somos víctimas y resistimos los empujes y nos mantenemos en el
campo del reclamo de nuestros derechos.
Desde
todos los ángulos somos atacados de manera feroz, implacable, nos martillan,
nos horquillan en una operación de pinza que pretende acogotarnos, impedir
nuestro reclamo de que se ponga fin a la guerra solapada, a la guerra
encubierta y se actúe de frente, de cara al sol, sin un clandestinaje que se ve
de lejos y se avizora como dijo aquel poeta argentino: “yo adivino el parpadeo
de la luces…”
Todo
está en curso. Las fuerzas actúan a la vista de todos, pero no son percibidas
como lo que son, parte de un ejército enemigo que penetra el cuerpo social de
manera subrepticia, cobarde, malsana.
Paso
a paso, silenciosamente, como ladrón nocturno en asecho, se pretende acorralarnos.
Se
actúa como aquella mujer que decía que se sofocaba cuando la apretaban
bailando, pero si bailaba con Pepe, con Pepe no sentía nada “y no es que Pepe
no aprieta, es que Pepe sabe apretar”
El
plan funciona como aquel juego de niños alrededor de la mortecina luz de la
bombilla de un poste de madera que la sostenía: uno del grupo ocultaba su
cabeza bajo los brazos, apoyado del “palo de luz” mientras otro dirigía:
“amagar y no dar, dar sin reír, un pellizquito en el culo y mandarse a huir”
Aunque
uno no hubiera pellizcado las nalgas del amiguito, había que salir huyendo para
no ser la próxima víctima de los pellizcos del grupo.
La
batalla de hoy forma parte de una larga, larguísima guerra, que se manifiesta
de manera cíclica en la sociedad cuando un desequilibrio inclina la balanza a
favor de los enterradores de la libertad, de quienes intentan desaparecer la
democracia.
Todo
comienza cuando uno o algunos pretenden someter a la mayoría a la tiranía de su
pensamiento y a las acciones encaminadas a imponer su voluntad por encima de
cualquier consideración de tipo legal, moral, humana. En ese momento se
desempolvan los carcomidos textos antiguos que favorecen el ejercicio de la
tiranía contra la voluntad popular.
La
guerra que padecemos no se detiene ante ninguna consideración que implique
decencia, seriedad, respeto a personas o instituciones.
Esa
guerra tiene objetivos muy claros y modos de ser y de hacer para que sus
acciones malsanas parezcan santas y sus diabluras sean solapadas bajo un manto
de legalidad y decencia que no se compadece con lo que oculta.
Esa
guerra mediática intenta desviar la vocación de paz y armonía de Hipólito Mejía
y sus seguidores. Hipólito siempre busca el consenso por eso reclama la
mediación de la Iglesia Católica
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