Por JUAN T H
Ocurrió en su pueblo una mañana cerca del
mediodía con el sol quemándole las entrañas.
El negro caminaba tranquilo, camisa a
cuadros de colores, pantalón azul y zapatos negros, cuando de repente, con un
aparataje insólito, un vehículo frenó de golpe y grupo de militares se
desmontó con armas dispuestos a usarlas sin ningún temor.
Sin mediar palabras agarraron al moreno
por los hombres y lo tiraron dentro del camión. No le dejaron abrir la boca.
Dentro de “la camiona” se encontraban seis o siete morenos que igualmente
habían sido apresados y lanzados de igual manera.
Se trataba de un “operativo” de las
autoridades migratorias para detener a los inmigrantes haitianos
indocumentados. Solo que a ninguno de los morenos atrapados como animales le
preguntaron su nacionalidad, ni si tenía documentos que probara que se
encontraba en suelo dominicano legalmente. En siendo prietos encontrados
en la ruta, los militares se lanzaban, lo agarraban y lo metían en el vehículo.
Más de uno recibió un golpe de culata o un puñetazo por reclamar algún derecho.
El moreno de camisa de colores y pantalón
azul iba gritando que era dominicano. Lo gritaba una y otra vez.
-Oye tú, si no te callas y dejas de
hablar mierda lo vas a lamentar- le gritó un guardia, casi del mismo
color de piel que el apresado.
-Yo soy más dominicano que tú. Haz lo que
tú quieras. A mí tienen que dejarme ir- respondió.
-Cuando lleguemos te voy a contar un
cuento. Yo tengo un “guevo e toro” para gente como tú.
Te voy a cambiar el color a latigazos de
tal manera que ni la madre que te parió te reconocerá.
En poco tiempo “la camiona” se llenó de
morenos acusados de haitianos que serían luego repatriados.
Cuando llegaron a la dirección de migración, el moreno de camisa de cuadros y pantalón azul se dirigió impetuoso hacía un oficial. Antes de hablar, recibió una galleta en el oído derecho que lo llevó al pavimento.
Cuando llegaron a la dirección de migración, el moreno de camisa de cuadros y pantalón azul se dirigió impetuoso hacía un oficial. Antes de hablar, recibió una galleta en el oído derecho que lo llevó al pavimento.
Desde el suelo, donde no pensó no sería
golpeado nuevamente, gritó: “Soy dominicano, soy diputado, soy diputado, son
dominicano. Tengo mis papeles. No me pueden deportar”.
-Ah con qué diputado, ¿eh?
Unas botas llenas de lodo se estrellaron
en su vientre que lo dejó vuelto un ocho.
Fue golpeado salvajemente. Luego
repatriado. No se le permitió mostrar sus documentos, ni llamar por teléfono a
sus familiares o colegas del Congreso al que juraba pertenecer.
El moreno terminó en Haití, donde no
había ido nunca, ni conocía a nadie.
Un mes después, sucio, sudado, con un
bajo a perro muerto, logró llegar al consulado, convencer a las autoridades
para que le permitieran hacer una llamada telefónica a Santo Domingo.
Era cierto, el moreno no solo era dominicano, como decía, sino que además era diputado por el municipio de Miches, como no le permitieron probar.
Era cierto, el moreno no solo era dominicano, como decía, sino que además era diputado por el municipio de Miches, como no le permitieron probar.
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