Por JUAN T H
Lo confieso. Con los años me he convertido en un
pesimista irremediable. Cada vez tengo menos fe en la posibilidad de ver
cristalizadas las ideas por las que luché durante tanto tiempo. En más de una
ocasión me he preguntado si habrá valido la pena tanto dolor, tanta sangre,
tanto luto y tanto llanto (“nada ha permanecido tanto como el llanto”) de
hombres y mujeres que han luchado por la
libertad y la justicia social.
Cuando “llegaron llenos de patriotismo
enamorados de un puro ideal”, y “con su sangre noble encendieron la llama
augusta de la libertad”, yo era un niño recién llegado de San Francisco de
Macorís donde nací.
Pensé, poco después, que de verdad el
“sacrificio que Dios bendijo, la Patria entera glorificará, como homenaje a los
valientes que allí cayeron por la libertad”.
La invasión del 14 de Junio de 1959, por
Constanza, Maimón y Estero Hondo, “gloriosa gesta nacional”, no me impactó, ni
la muerte a palos de las “hermanas Mirabal, heroínas sin igual”, pero sí creí
mientras crecía al fragor de la lucha popular que “su grito vibrante, era el
grito del alma de la Patria inmortal”. Y que ese grito se mantendría por toda
la eternidad como advertencia que impidiera volver al oprobio.
Yo pensé que los mártires del 14 de Junio
estaban en el “alma popular”, donde se quedarían por los siglos de los siglos.
Tres acontecimientos históricos marcaron
dolorosamente mi conciencia social: A saber, la muerte de Manolo (apresado y
luego fusilado pese a la promesa de respetar su vida) junto a sus compañeros en
las “escarpadas montañas de quisqueya”;
la revolución de Abril, transformada en guerra Patria, y la muerte de
Francisco Alberto Caamaño en 1973, también apresado y luego fusilado.
Los tres gobiernos consecutivos de Joaquín Balaguer
(1966-1978) sirvieron para aniquilar todo vestigio revolucionario. Los jóvenes
de mayor compromiso político fueron asesinados, apresados, torturados y
enviados al exilio. No hubo compasión ni perdón. Estados Unidos no permitiría,
bajo ningún concepto, otra Cuba en América. El movimiento revolucionario,
democrático y popular fue descabezado hasta convertirlo en casi nada.
Cuando Estados Unidos permite la llegada del PRD
al poder en 1978, regresaron los muchachos del exilio y las cárceles se
abrieron al tiempo de abolir las leyes anticomunistas. Pero ya el daño estaba
hecho. El PRD, tampoco era el PRD del exilio contra la dictadura de Trujillo,
ni el PRD de la revolución de Abril. No lo sería nunca más.
El PLD llega al poder en 1996 de la mano del
doctor Balaguer, el mismo de “la banda colorá” y de las “fuerzas
incontrolables”, responsable de ejecutar el plan de contrainsurgencia que
provocó la muerte de cientos de constitucionalistas. (Amín Abel Hasbún, uno de
los jóvenes más brillantes de su generación, fue asesinado de un balazo en la
nuca en su casa, frente a su hijo y su esposa embarazada. Y como él, muchos
otros)
El PLD (Partido de la “Liberación” Dominicana),
otrora de izquierda, marxista, por demás, formó parte de la esperanza nacional.
Sus miembros formaban parte de la reserva moral del país. Por lo menos eso
decían. Su líder de entonces, Juan Bosch, daba garantías de que ningún miembro
de su partido se robaría un peso del pueblo dominicano. (¿?) Todos sabemos lo
que ha pasado…
Aquellos, los del 14 de Junio de 1959, llegaron
llenos de patriotismo y con su sangre noble encendieron la llama augusta de la
libertad. Los muchachos del PLD, llegaron al poder después de tantas luchas, de
tanta sangre, de tanto dolor y de tanto llanto (“nada ha permanecido tanto como
el llanto”, como dijera el poeta de la isla entera Jacques
viau), sin sacrificios y sin derramar
una gota de sangre, a robarse el país.
Por eso te pregunto, querida y siempre admirada
y respetada Minou Tavárez Mirabal, ¿habrá valido la pena la muerte trágica de
tu madre, tus tías y tu padre, la de los combatientes de Abril, la de Francis
en Caracoles, la de Sagrario, la de Otto, la del Moreno, la de Amín y la de
tantos otros, para llegar a esta vergüenza moral que nos sumerge a todos en una
pocilga de mierda?
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