Por Bonaparte
Gautreaux Piñeyro
Todos los años doña Josefita Delmonte llegaba a casa con un saco de granos
seleccionados de café conocido como caracolillo, porque parece un caracol. Doña
Josefita tenía esa fina atención anual con la cual compartía con sus amigas el
mejor café de las fincas de su familia.
En
1951 una helada temprana quemó la cosecha de café de Brasil, cuya cotización en
bolsa, la del café Santos, era la más alta de entonces, según publicaba el
periódico El Caribe todos los días.
Al
leer El Caribe buscaba las cotizaciones de la bolsa para ver el precio del
café, ya que mi tío Tomás Michel Piñeyro tenía fincas de café, de cuyos
beneficios siempre me tocaban unos pesos.
Aquel
1951, heladas tempranas quemaron el café de Brasil lo cual produjo una escasez que aumentó
los precios y el nuestro fue vendido a más de 100 pesos el quintal. En esos
tiempos un hombre echaba un día de trabajo en el campo por 15 centavos.
Mi
hijo Juan Gabriel nos trajo un envase de café colombiano, de bien ganada fama en el
mercado internacional, marca Juan Valdez y al curiosear el envase contenía información sobre
el grano que emplean para ese café tan famoso, en efecto usan caracolillo.
Los
colombianos son muy agresivos en la comercialización de su café. En una ocasión
tuvieron problemas con la venta del grano y enviaron expertos en mercadeo a
todos los grandes centros de consumo del mundo con muestras tales como:
licores, caramelos, refrescos y todo tipo de productos cuya materia prima era
el café. El negocio fue reflotado y el café colombiano se volvió a situar en la
cima.
Pero
eso no fue todo. Colombia produjo una de las mejores telenovelas que han sido
puestas en pantalla: “Café, con aroma de mujer”.
Esa
telenovela fue una verdadera cátedra sobre siembra, cuidado, poda, cuidado,
mantenimiento, recogida, secado, selección, tratamiento, molida, envasado y
presentación al consumidor con una adecuada e inteligente campaña de promoción
y mercadeo. También fue la más hermosa forma de promover un producto.
El
Ciudadano del Mundo y su esposa Teresina saben de café colombiano y cuando
viajan a Colombia llevan café Induban, criollo del primer grano hasta el último
sorbo.
El
ron, el tabaco y el café dominicano compiten con cualquier producto similar y
lo dice alguien que ha bebido muchos tragos, que ha fumado ricos puros cibaeños
y toma café habitualmente.
Hace
falta que las cámaras de comercio, los organismos de promoción de las
exportaciones, las asociaciones de productores salgan del caracol y se den
cuenta de que lo nuestro siempre puede competir, y compite, con los mejores
productos del mundo. Y a cada rato ganamos.
Bonaparte
Gautreaux P.
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