Por Bonaparte Gautreaux Piñeyro
El grupo no entendía de dónde salió el agua que ensució el
río sin que lloviera ni en la cabeza ni en el curso. Sencillamente surgió. Era
agua de albañal, putrefacta con olor a cueva cerrada, llena de murciélagos. Era
difícil descifrar de dónde
salía esa agua putrefacta que intentaba agarrarte por los tobillos para
impedirte caminar.
Esa agua dificultó el vado del río. Primero brotó
como un comentario que semejaba una candela de basurero, persistente, silente,
constante, ocultando el poco de humo que la denunciaba.
Se decía, siempre se dice, siempre se decía, que
debajo de la tierra, de manera subterránea caminaban la candelita de basurero
de los comentarios y brotaba el agua putrefacta a su lado.
Era difícil de entender cómo si el agua y la candela
andaba juntas debajo del agua una no apagaba la otra. Quizá se trataba de un
juego como aquel del “similindruño”, que se jugaba con el puño derecho apretado
y se le pedía al interlocutor: “ábreme el puño” para que abriera la mano,
mediante el santo y seña
“sobre de cuánto”, puesto
que se intentaba adivinar cuánto dinero estaba oculto y se respondía: “sobre de
tanto” sólo cuando se abría el puño se
determinaba quién ganó.
Realmente es difícil, porque nada es imposible, saber
si nuestro requerimiento de que nos abran el puño tendrá un feliz término y
lograremos determinar quién encendió la candelita de basurero que el agua de
albañal reúsa o no puede eliminar.
Es importante determinar de dónde sale esa agua
sucia, putrefacta, quién la dirige, hacia dónde, por qué esa agua ha logrado
encharcar, donde se adivinaba un premio
Quizá la candelita surgió para que no se pensara que
el agua pútrida era un fenómeno de la naturaleza y su persistencia logró
enseñarnos que se trataba de una acción indigna de algunos hombres.
Entonces fue cuando apareció el mago que sacaba
cigarrillos del aire y convertía una mota de algodón en una avecilla de trino
desafinado. Era el momento de buscar una solución al aire pestilente, al hedor
a cueva cerrada llena de murciélagos.
Era el momento de buscar al dueño del espejo que
engañaba a quienes se veían reflejados
en el juego de cristales azogados que descomponen y multiplican la imagen hasta convertirla en
una desagradable caricatura.
El agua corrompida continuó mientras la llama de la
candelita de basurero se mantuvo como una advertencia de cómo ambiciones
personales desmedidas, logran imponer de momento un rumbo equivocado que dura
lo que las brisas de verano, que
surgen y se desmayan rápidamente.
Los perredeístas tienen que trabajar sin desmayo
porque la candela de la dignidad se mantiene y como dijo el poeta: el agua se
aclara sola al paso de la corriente.
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