Bonaparte Gautreaux Piñeyro, el autor
La Guerra de Abril de 1965,
acontecimiento cuyos altos antecedentes se remontan a la declaratoria de
Independencia en 1844 y a la Restauración de la República en 1863, se ha
querido encasillar, limitar a los nombres de dos o tres ilustres combatientes
que supieron guiar las fuerzas populares hasta derrotar el enemigo interno y
contener el enemigo externo.
Ningún movimiento de masas se sostiene
sólo con la acción de
quienes lo encabezan. Los grandes líderes son el vértice del triángulo cuya
base está constituida por la suma de miles de voluntades, donde el arrojo y la
decisión son el denominador común de los más.
El gran héroe de la Guerra de Abril fue el
pueblo. El pueblo preterido que dijo presente cuando fue preciso demostrar
escribió el poeta y compositor Aníbal de Peña “Como hermanos de Duarte
luchemos/ que ya Mella su grito encarnó/ si cual Sánchez al martirio iremos/
venceremos como Luperón/No cedamos un paso marchemos/ por senderos de gloria y honor/ y otra vez al traidor venceremos/ y otra vez al grosero invasor”. He ahí
el perfecto retrato del sentimiento constitucionalista.
El ejercicio de los más estrictos
principios morales: la seriedad, la honestidad, la justicia, surgieron de lo
más profundo del alma dominicana, para demostrar las acrisoladas virtudes de un
pueblo que tiene un carácter luminoso como el diamante, tan delicado como una
flor de invernadero y tan fuerte como el corazón del guayacán.
Ese pueblo que entonces dio tantos pasos
al frente como fueron necesarios para la defensa de la nacionalidad, tenía como
zapata dos valores fundamentales: la enseñanza y el ejemplo del hogar, y una
educación dirigida a crear conciencia de Patria en todos los jóvenes que serían
más tarde los ciudadanos conscientes y responsables.
En “Los héroes sin nombre”, el poeta
Federico Bermúdez escribió: “Vosotros,
los humildes/ los del montón salidos/ heroicos defensores de nuestra libertad/
que con sangre de vuestras propias venas/ por defender la patria manchasteis la
heredad/
Cuando el cortante acero del enemigo bando/ cebó su torpe furia en vuestra humanidad/ y fuisteis el propicio legado de la tumba/ sin una cruz piadosa ni un ramo funeral/ dormidos a la sombra del árbol del olvido, ¡quién sabe en dónde el resto de vuestro ser está!/ vosotros, los humildes, los del montón salidos/
sois parias; en la liza/ con sangre fecundáis el árbol de la fama que da las verdes hojas para adornar la frente de vuestro capitán”
Cuando el cortante acero del enemigo bando/ cebó su torpe furia en vuestra humanidad/ y fuisteis el propicio legado de la tumba/ sin una cruz piadosa ni un ramo funeral/ dormidos a la sombra del árbol del olvido, ¡quién sabe en dónde el resto de vuestro ser está!/ vosotros, los humildes, los del montón salidos/
sois parias; en la liza/ con sangre fecundáis el árbol de la fama que da las verdes hojas para adornar la frente de vuestro capitán”
Para mí, dos de los grandes héroes de la
Guerra Patria de Abril de 1965, son Lucas Lizardo, con casi 60 años Comandante
de Jima Abajo y Pascual
Rivera, quien preparaba el café del Comando Constitucionalista y de noche había
servicio a la hora más dura.
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