"Todo
el mundo, se puede decir, estaba a la expectativa sobre lo que pudiera ocurrir
ese día, aunque no todo el mundo estuviera invitado al concierto o si,
Invitado, dispuesto a formar parte de un coro donde cantaban voces disonantes".
Bonaparte Gautreaux Piñeyro, El Autor.
El hombre terminó de cambiarse de ropa,
tomó la batuta y se dispuso a salir luego de despedirse de su familia. En la
calle lo esperaba un coro de chupamedias, cagatintas y plumíferos, quienes
aplaudían de modo muy extraño mientras extendían la palma de la mano derecha
hacia arriba.
Al llegar al lugar del ensayo general,
el conductor sobaba la batuta con fruición, se preparaba para dirigir un
concierto, no, el mejor concierto de su vida, el que le garantizaría vivir
tranquilo, sin que nadie pudiera molestarlo porque se colocaría sobre el bien y
el mal, luego de que la orquesta de áulicos cómplices ejecutara la melodía que
los liberaba, de antemano, de cualquier susto futuro.