ATISBANDO
Por Bonaparte Gautreaux Piñeyro
Cuando Papito Moreta acompañaba a su tía Quisqueya Damirón en el Consulado dominicano en San Juan, Puerto Rico, fui testigo
de cómo se dotaba a los dominicanos, que vivían o llegaban ilegalmente a
Borinquen, de una carta de ruta que les permitía viajar de regreso a su país.
Era una práctica que se seguía desde siempre. Con la
carta de ruta el beneficiario solo podía viajar a República Dominicana, país
para el cual no requería de un visado especial, puesto que se trataba de su
país.
La carta de ruta era un documento oficial que
sustituía el pasaporte y que daba fe, ante las autoridades de Migración de que
el ciudadano dominicano portador del documento estaba autorizado a viajar a
República Dominicana.
El viajero mostraba ese documento a las autoridades
norteamericanas de Migración y se le daba acceso al avión en el cual viajaría
hacia su país.
Al llegar al aeropuerto dominicano la autoridad de
Migración autorizaba el ingreso al territorio nacional del nacional que portaba
la carta de ruta. Y colorín colorado, pero este cuento no ha terminado.
Distintos países tienen vallas que dificultan o
impiden el tránsito entre uno y otro país. Esas cercas protegen a los países
que las edifican de intrusos, maleantes, personas indeseables, criminales,
traficantes de drogas y demás miembros de esos grupos.
Esa misma valla es un valladar que obliga a que se
tenga el derecho o el permiso de entrada quien desee acceso al otro lado, al
país al cual se dirija.
Esas vallas, pues, son un control legal establecido
por el país que las construye.
Esas vallas, que ahora todos ven como cosa natural,
como algo normal, cumplen el mismo objetivo del muro de Berlín, aquel infamante
obstáculo que impidió durante mucho tiempo la unificación del pueblo alemán de
posguerra.
Hay vallas y hay vallas. Algunas de ellas no son
visibles. Algunas de ellas no son palpables. Algunas de ellas son legales.
Algunas de ellas son inhumanas.
En el rejuego de la política los países militar y
económicamente más fuertes buscan el modo, y muchas veces lo logran, de imponer
sus políticas.
Que Estados Unidos construyera un muro para que los
mexicanos y centroamericanos no lleguen a su territorio, es una realidad
aceptada, aunque criticada.
Tal parece que es cierto que los países poderosos
trabajan en crear un sistema, un híbrido, una mixtura que nos fuerce a
convenir, de buena o mala gana, en que el territorio nacional debe ser
compartido en mayor medida con los haitianos.
La más reciente medida de fuerza del gobierno
norteamericano fue la de visar un papel que le presento una joven haitiana
desprovista de pasaporte como si fuera tan fácil obtener ese visado. Esa jugada
huele mal.
ATISBANDO
Tribunales y patentes de corso
Por Bonaparte Gautreaux Piñeyro
El Tribunal Superior Electoral se ensució en los
jarretes al sentenciar para que el usurpador y traidor Miguel Vargas Maldonado
no rinda cuentas sobre el uso de los fondos que le entrega la Junta Central
Electoral.
El Tribunal, cuyo conocimiento de los casos puestos a
su cargo se limita a estampar el sello, en señal de conformidad, sobre el texto
que le envían y los lleva como bueyes con un narigón.
Resulta peligroso cuando una instancia judicial
retuerce el sentido común para negar un derecho constitucional, consagrado en
la Ley que obliga a presentar los documentos que exigimos los ciudadanos para
determinar si la autoridad cumple con su deber, la ley de transparencia.
Del mismo modo que el TSE violó la legalidad de los
reclamantes de transparencia para el manejo de los fondos públicos, de los
cuales usan y abusan Vargas y sus cómplices, debió ordenar una auditoría y la
publicación del uso y destino de esos recursos, cuya pulcritud hace tiempo es
cuestionada y sostenidamente ocultada y negada por su administrador.
En los tiempos en que las naciones hoy desarrolladas
usaban el robo, el saqueo, la extorsión, los matrimonios de conveniencia para
acumular fortuna, los que mandaban otorgaban patentes que autorizaban a sus poseedores
a realizar toda suerte de diabluras a nombre de reyes y otros poderosos.
El poder es un instrumento muy peligroso que ha sido
estudiado y ejercido desde el comienzo de la historia hasta que se llegó a la
discusión pública y contradictoria en el ágora griega una asamblea entre
iguales donde cada uno tenía un voto al momento de adoptar las decisiones.
Ese límite imponía un freno que obligaba a los
mandatarios a circunscribir sus actuaciones y a cumplir con lo establecido en
el ágora por la decisión de la mayoría.
La sociedad logró imponer un sistema de contrapesos
en el ejercicio del poder que condujo a la división en Poder Ejecutivo,
Legislativo y Judicial, pero quien hizo la ley hizo la trampa. La vocación de
poder distorsiona la mente de muchos hombres, eso ocurre hoy aquí.
Estamos ante un malsano y dictatorial uso de los
poderes por parte del PLD, que maneja el Ejecutivo, el Legislativo y el
Judicial, por eso el TSE otorgó una patente de corso a Vargas, que
también beneficia al PLD, Leonel Fernández y Danilo Medina.
El historiador inglés lord Acton dijo en 1887
“Todo poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe
absolutamente” antes el primer ministro británico William Pitt el Viejo, había
dicho en 1770, la Cámara de los Lores “El poder ilimitado es capaz de corromper
las mentes de aquellos que lo poseen”
Aquí, el día más claro llueve y en cualquier esquina
suena la galleta.
Gautreaux P.
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