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¡Ay, la medicina!

¡Ay, la medicina!

Recientemente, una visita al médico inició las tribulaciones de un amigo: la clínica exigió una alta suma de dinero para internarlo y comenzar a realizar la investigación para determinar el origen del problema y atacarlo. Ese primer paso fue abonado mediante una recogida en la familia inmediata para intentar salvar la vida del pariente en manos del cuerpo de médicos que lo atendería.
Después del interrogatorio inicial, el sesudo profesional de la medicina prescribió tantos análisis tales como la resonancia magnética del átomo bipolar maxilo-facial, hasta la picada de la abeja como alternativa a la sangría y a la sanguijuela que se chupa el veneno de la serpiente. ¿Parece un disparate? Pues así lo entendemos los neófitos e infelices mortales que nos convertimos en víctimas de la medicina moderna.

Ese montón de exámenes, análisis y estudios son realizados por profesionales que emplean equipos de última generación, cuya inversión parecen querer recuperar con el cobro de cada vez que los usan.
Al ingresar el enfermo se indaga su situación económica, lo cual permite que uno o dos días después del internamiento de la persona le presenten una estratosférica cuenta de gastos, cortada al día, para que el paciente se dé cuenta de que si no lo mata la enfermedad, lo matará la cuenta de gastos que por segundos aumenta en miles de pesos.
Cada vez que se presenta una de esas facturas intermedias la familia tiene que buscar ese dinero y abonarlo, no importa de dónde, ni cómo, aunque haya que vender el lucero de la tarde o la Osa Polar. Esa factura y esa exigencia no la hace el doctor. El doctor se limita a llegar todas las mañanas a pasar revista, a visitar al cliente y a prometerle que será dado de alta, en unos días.
Una o dos facturas después, luego de tener que esconderse una o dos veces cuando llega el reclamo, insistente, de la joven de la administración del centro en procura de que se le pague la factura,  la familia del enfermo, que lo que quiere es la curación de su pariente, finalmente recibe la buena nueva de que “hoy será dado de alta”.   
La alegría familiar  se convierte en preocupación ante las deudas contraídas para que el pariente se recuperara, especialmente porque se hipotecó la casa y no se sabe cuánto tiempo él podrá disfrutar de la mecedora de la terraza.
Si el paciente murió: “obra de Dios, no se pudo hacer más”.  No olviden pagar la cuenta para que le entreguen el cadáver.
El inexistente “sistema nacional de salud” consiste en proporcionar dos o tres aspirinas, una curita, un esparadrapo untado de yodo y una inyección “tirada” por un médico pasante. Así no debe ser.

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