EN
PLURAL
Yvelisse
Prats Ramírez de Pérez, la autora
Creo
que lo he contado otras veces, pero siento el deseo de repetirla ahora, cuando
las deslealtades asaltan y los desencantos abundan.
Es
la historia de una gran amistad que cuajó en los días difíciles del
postrujillismo, y que definió nuevos
impulsos, que tanteaban torpemente en el compromiso con la política. Con la buena, decente, abnegada práctica de
la política.
Conocí
personalmente a José del Carmen Rodríguez en el pasillo del Liceo Nocturno
Eugenio María de Hostos en septiembre de 1961. Lo había visto de lejos, y oído
sus palabras tonantes el 16 de julio, cuando llevado en hombros de sus
estudiantes llegó al Instituto Salomé Ureña, donde yo enseñaba, y nos conminó
con versos de la poeta, a seguirle: “Patria desventurada ¿Qué anatema cayó
sobre tu frente?/levanta ya de la indolencia extrema/ la hora llegó de
redención suprema/ y ¡ay! si desmayas en la lid presente”.
Subyugados,
como hipnotizados, la mayoría de los/as profesores/as y muchas estudiantes salimos
tras él mezclándonos con el juvenil cortejo que lo acompañaba, y llegamos hasta
el Parque Colón. Era el primer mitin del Partido Revolucionario Dominicano,
organizado por los tres Magníficos Hombres que llegaron al país solo 35 días
después de ajusticiado el tirano. José del Carmen Rodríguez, Ángel Miolán, Peña
Gómez, Milagros Ortiz, fueron los principales oradores y los escuchamos
deslumbrados.
Dos
meses después de ese mitin que orientó definitivamente mi vida política en el
PRD me presentaron formalmente a José del Carmen. Él era ya un líder en las
calles estremecidas por las movilizaciones populares y las persecuciones de los
“paleros”. Yo era hija de uno de los intelectuales castrados por la tiranía,
quien después de 10 años de oposición
había sido cooptado, ocupando altos cargos. Aunque hablábamos el mismo
lenguaje libertario, explosivo, ansioso, rebelde, sentimos al principio
reservas uno frente al otro. Precisamente porque decíamos cosas “peligrosas”
dudábamos a veces, con la paranoia que
nos inculcó el Trujillato. ¿Acaso no estaríamos poniéndonos “un gancho”?
Luego,
la cercanía que ambos forjamos con Peña Gómez nos, amistó, libres ya de las
desconfianzas primeras, y desde entonces
fuimos como hermanos, compañeros de ideales políticos y sociales.
Visitando
mi casa, se encariñó con mi padre, cansado y envejecido a quien preguntaba con
respeto por sus luchas antiimperialistas. Se hizo parte de mi familia que
pasaba por momentos difíciles, y compartió con nosotros, Papá, mis cinco hijos
y yo, ya luego Mario Emilio, largas charlas en las que se mezclaban literatura,
política, religión, con las confesiones que José del Carmen hacía ruborizado e
ingenuo, sobre la muchacha por quien suspiraba, que en verdad era amada, y no
amante, porque José del Carmen era tan tímido para entablar amores como
intrépido en la lucha y audaz en el reclamo de justicia.
Durante
todo el año de 1961 y el 1962, José del
Carmen viajó incesantemente a todas las provincias del país, a fundar los
Comités Locales del PRD, iniciando en San José de Ocoa, donde todavía lo
recuerdan viejos dirigentes.
Era,
por su severa y clásica formación de seminarista, un organizador eficiente,
minucioso, sistemático; poseía a la vez una pasión enorme, un entusiasmo
volcánico por el ideario democrático de libertades, equidad
y justicia social que encarnaba el PRD.
Aquel
joven de baja estatura, de modales suaves, de talante cortés y pacifico se
trasformaba, crecía, su alta estatura interior se asomaba vehemente en la
tribuna pública. Peña Gómez, me comentó, más tarde, cuando se deterioró su salud y se fue
alejando del escenario de la política y de las aulas:
¡Qué
pena. José del Carmen habría llegado a ser, de mantenerse activo, uno de los
primeros Secretarios Generales del Partido!-
Esa
apreciación era justa. Porque le conocí y lo valoré en sus dimensiones humanas,
académicas y políticas, creo que sus aportes a nuestra democracia, que fueron
en sus inicios relevantes, hubieran sido imponderables si los golpes que
recibió en la cabeza en su pobre casita de Villa Duarte, no hubieran maltratado
tanto su cuerpo y su espíritu.
Era
un ser virtuoso, en el sentido cristiano, también filosófico de la palabra.
Pienso que sus virtudes, fundadas en valores que actualmente suplantan los
antivalores neoliberales, constituirán ejemplos útiles para las jóvenes,
generaciones, confusas ante el nuevo Becerro de Oro del Mercado.
Por
eso, me adelanto a agradecer a Fausto Herrera Catalino, compañero del PRD y del
Foro Renovador, la dedicatoria que en su
obra que se pondrá en circulación próximamente hace a José del Carmen
Rodríguez.
Pobre
y sencillo como franciscano, erudito como sabio antiguo, puro como niño, recio
en el combate, y generoso en la mano amiga, laborioso como hormiguita, oteador
de horizontes hermosos para un pueblo redimido.
¡Y
olvidado, desconocido de tantos, José del Carmen Rodríguez!
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