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¡Pero bueno!


Bonaparte Gautreaux Piñeyro, el autor
El gran reto de mi generación es completar la tarea que nos impusimos hace 60 años, cuando éramos unos niños que comenzábamos a entender “las cosas de la políticas”
El diario El Caribe era el único  de circulación nacional a comienzos de la década de 1950.
No puedo recordar, y mi interlocutor de entonces murió hace años, qué día ni cómo comenzamos a discutir la política de Francia, Alemania, Inglaterra, que se publicaba día tras día.
Entonces aprendimos a leer entre líneas no escritas y a escuchar frases no pronunciadas en las publicaciones del régimen de Trujillo.

Nos propusimos, y hemos logrado bastante, crear un movimiento  que permitiera llevar la nación hacia la democracia, hacia un régimen de libertades públicas, a un gobierno en el cual se impusiera y se respetara la dictadura de la ley, una situación en la que la administración de las leyes se llevara a cabo sin favor ni temor, sin jueces claudicantes, sin magistrados vendidos al poder.
Mi compañero de sueños de libertad era Milcíades Tejada (Chimuelo) un brillante joven, luego abogado, cuyos artículos bien ponderados, profundos e inquietantes, poblaron las páginas de la revista ¡Ahora! con acertadas reflexiones sobre la democracia. Milcíades se fue muy joven, antes de que terminara de pulir el diamante que se avizoraba en sus escritos y en su conducta.
Participamos de la euforia colectiva posterior a la decapitación de la tiranía y comenzamos a sufrir los embates de fuerzas que se mantuvieron al acecho esperando heredar las riquezas, el poder y la capacidad de dominación del tirano, sin su presencia omnímoda, avasallante, egoísta.
Vimos como una mancuerna entre los poderes económico, político y militar llevó al país a la guerra y se prestó cobardemente a apadrinar una intervención e invasión de tropas extranjeras.
El general de la montonera Gollito Polanco, luego de venderse al gobierno, dijo esta  frase echada al aire como una maldición: “la pa e buena, pero con cuaito”.
La práctica constante del descaro permite que alguna gente crea que los demás somos estúpidos.
¿Quién se iba a imaginar a Leonel Fernández presidiendo una reunión donde se dispusiera gestionar la modificación del contrato, prohijado por él, que rebajó las regalías e impuestos producto de la explotación del oro de Pueblo Viejo?
¿Y cómo creer declaraciones de Miguel Vargas Maldonado, quien  repite  lo que dijo su amo político, si ambos son los responsables del contrato con la Barrick Gold?
Lo grave no es lo que ha pasado, sino lo que falta por ver de estos descarados.  Los tiempos corren, las ideas y acciones de algunos hombres se mantienen con una persistencia malsana, maliciosa, perniciosa, brutalmente desilusionante.
No permitamos que se salgan con la suya. Así no fue que hablamos.

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