Por JUAN T H
Lo confieso. Con los años me he convertido en un
pesimista irremediable. Cada vez tengo menos fe en la posibilidad de ver
cristalizadas las ideas por las que luché durante tanto tiempo. En más de una
ocasión me he preguntado si habrá valido la pena tanto dolor, tanta sangre,
tanto luto y tanto llanto (“nada ha permanecido tanto como el llanto”) de
hombres y mujeres que han luchado por la
libertad y la justicia social.
Cuando “llegaron llenos de patriotismo
enamorados de un puro ideal”, y “con su sangre noble encendieron la llama
augusta de la libertad”, yo era un niño recién llegado de San Francisco de
Macorís donde nací.