EN
PLURAL
Yvelisse
Prats Ramírez de Pérez, la Autora
En
estos días alcionios que preceden a la Semana Santa, me apetece escribir sobre
temas serios. Exorcizo el pecado de la trivialidad que tanto ocupa y tan
inútilmente nuestro tiempo. Combino la oración y la lectura con reflexiones que
anoto para compartir En Plural con quienes me leen.
La
lista de los asuntos que hay que tomar y tratar seriamente se me hace larga.
¡Hay tanto que aprender, descubrir, decodificar y enfocar en la diferencia!
Escojo,
como otras veces, un tópico predilecto, la educación, más bien, la concepción y
los enfoques de los análisis educativos. Ponce, Freire, Giroux, Macedo McLaren,
Vasconi lo explicaron. Lo reiteran Reymers, Portantiero, Tedesco, Coll,
Marchesi, Habermas: la educación NO ES, por si sola, receta infalible, para
corregir y mejorar la sociedad, NO ES, una variable independiente, como la presentó
el Optimismo Pedagógico.
Serpiente
que muerde su propia cola, el círculo perverso de nuestra realidad subdesarrollada se cierra alimentándose, a la
vez reproduciéndose en la educación.
El
entorno social limita, determina. No solo por la ideología predominante, si no
por el desequilibrio de las fuerzas sociales, en las relaciones de poder. Pero
ese enfoque que sí está presente en los estudios pedagógicos recientes, hay que
extrapolarlo y aplicarlo en el horizonte de la globalización.
En
ese marco macro, hay que colocar la educación, en su reforma y sus alcances.
Van perdiendo verosimilitud, los calificativos a la educación que queríamos en
nuestro Continente, al alcance de nuestros esfuerzos nacionales: incluyente
eficiente, justa, pertinente, democrática, de calidad.
Esa
“educación para todos” proclamada en Jomtien, postulada por UNESCO, era posible
si construíamos el modelo de nación diseñada por CEPAL, el Desarrollo
Sustentable con Rostro Humano.
Los
objetivos no se lograron. El famoso texto que se constituyó en “vademécum” de
nuestras propuestas educativas “Educación y Trasformación Productiva con
Equidad”, es testimonio fallido de la voluntad de cambio de la CEPAL y de
quienes nos encandilamos con sus propuestas. En retrospectiva, me parece
extraño que pudiésemos sentir tanta ilusión por ese modelo, después de leer a
los dependenciologos, Bambirria, Faletto, Cardoso antes de ser presidente,
ellos explicaron la relación asimétrica
entre los países del Centro y la Periferia.
Así,
desmontaron la tesis de desarrollo lineal de Rostow que nos enfrascó en el
esfuerzo infinito e inútil de “alcanzar” a los países hegemónicos copiando estrategias.
Lo
que ellos llaman dependencia, ahora se plasma en la globalización. Como toda
categoría lingüístico-social, la globalización tiene polos, grados, matices.
Pero en la versión neoliberal, sobre todo, el núcleo que se mantiene
invariable, duro, es el Estado “mínimo”, como dicen algunos, en particular al
referirse a países, pobres de la periferia.
La
financiarización de la economía los capitales volátiles, movidos a control
remoto, por el “deus ex machine” del Mercado, a través del desparpajo de las
tecnologías, difumina fronteras. No reconoce himnos, ni banderas “L'État, c'est moi” dice Su Majestad Globalización.
Las
políticas públicas nacionales, entonces, pendulan entre asumir las metas
impuestas por la nueva visión globalizadora: economía de servicios y turismo
como núcleos, o construir castillos en el aire, como en la canción de
Cortés, aunque las alas recortadas de
nuestra condición de países globalizados, nos impiden alcanzarlos.
Eso
ha sucedido con la política educativa dominicana, que ha bamboleado entre las
dos vertientes, durante estos últimos años.
El
Primer Plan Decenal de Educación de 1992, por ejemplo tiene vislumbres del
optimismo cepalino, y empeños propios de los que al formularlos quisimos honrar
a Hostos y a Salomé Ureña.
Pero
la genuflexión de las autoridades, ha ido permitiendo desvíos y sesgos,
adecuando nuestra política educativa a las exigencias de la globalización neoliberal, con la complicidad de algunos
poderes fácticos criollos, y también, por la escasa resistencia y el
insuficiente desarrollo de nuestros pedagogos.
Por eso, se supeditan a los fines, los medios, al proceso,
el producto; los elementos materiales, necesarios, pero no imprescindibles a
los entes humanos del proceso: maestro/a, estudiantes, padres y madres. Triunfa
la ortodoxia globalizante, fuera de algún intento como POVEDA, no surge un proyecto alternativo de educación
que se sostenga con su propio peso.
¿Podemos
construirlo, los docentes en estrecha colaboración con los sectores de clase
que requieren de un sistema educativo que en las escuelas públicas proclame e
impulse la calidad con equidad?
Presento
entre rezos la pregunta-reto para quien quiera contestarla, en la serenidad de
estos días pascuales.
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